domingo, 18 de marzo de 2007

Apaga la luz al salir


La puerta se abre de golpe. Pego un salto en la cama antes de darme cuenta de quien se trata. Por instinto busco mi cuchillo bajo la almohada, pero al sentir la suave fibra de la sábana, recuerdo que ya no estoy en el internado. Es Lucía. La Lú como le digo desde el primer día que me la encontré en el patio. Me parecía que le quedaba bien ese nombre. Simple. Melódico. Compacto como ella. La Lú se sienta al lado de la cama mirando hacia la ventana. Callada. Algo le había pasado. Primero porque por esa ventana no se ve más que la muralla que nos separa de la calle y segundo porque jamás había entrado antes a mi habitación… Menos a la mitad de la noche. Le pregunto qué le pasa, si se siente bien. Ella lo único que hace es mirarme y sonreírme. Mirarme y sonreírme como si yo no fuese capaz de entender por lo que ella estaba pasando.

- ¿Qué pasa? – La interrogo por segunda vez.
- Pasa que me cansé… - Me dice volviendo la mirada hacia la muralla que ahora parece más alta que antes.
- Ah. ¿Y viniste a descansar a mi pieza? Si quieres te puedes echar un ratito… - Le digo mientras abro la frazada dejando ver mi piyama de franela nada de sexy.

Y ahí viene por segunda vez esa mirada y esa sonrisa que me hacen sentir como un tonto. Que me dicen que jamás podré tenerla. No importa cuanto la ame. Porque yo sé que la Lú sabe que la quiero, que me atrae, que la encuentro la mujer ideal… Pero también sabe que yo jamás me atrevería a decirle todas esas cosas… Y el tiempo es tan corto… Por eso se ríe y me mira con esos ojos. A lo mejor soy una especie de consuelo, como nunca voy a llegar a tener una vida tan terrible como la de ella, me siente lástima y se valida en mí al mismo tiempo. Como sabiendo que yo nunca podré ni llegarle a los talones a lo que a experiencias vitales se refiere… Menos ahora.

- A veces pienso que lo mejor sería irme para siempre… - Me contesta acurrucándose a mi lado.
- Vámonos juntos entonces. Imagínate, sería todo mucho más fácil: comer, dormir, avanzar… Vivir. – Y ahora me mira seria, tan seria, que jamás pensé que ella fuera capaz de mirar a alguien así.

Luego, se queda pensativa. Pero no en esa clase de pensamiento en que estás luchando internamente por convencerte de lo dicho, si no exactamente en el contrario: en cómo decirme que no - que estoy loco - pero sin que me duela… Tanto.

- ¿Quieres que te traiga algo antes de irme? – Y eso fue lo que duró su acurrucamiento… El único que tendría durante toda mi vida.

Pero ahora era yo quien la miraba sonriente y con esos ojos inescrutables. La Lú se quedó helada. Tal vez por comprender como me sentía yo después de tantos años recibiendo ese mensaje. Le dije que no se preocupara, que si ya estaba cansada, estaba bien, que no se sintiera culpable por irse así como así, que llegar a los 85 años era terrible para todos... Que yo me sentía igual, pero que jamás tendría el coraje para “irme” así como así… Por decisión propia. Y por primera vez, ambos sonreímos sin segundas lecturas. Cerramos los ojos, pero sabíamos que sonreíamos.

(es raro, sobretodo sabiendo que perdí mis dientes luego de la anemia fulminante que me tiene postrado en este asilo desde 1996, y que Lucía no ve más allá de su nariz por las cataratas que apenas dejan ver sus azules pupilas… De todas formas, yo sonreía y ella me miraba… Dios mío, que vacíos estábamos en nuestros últimos días)

sábado, 3 de marzo de 2007

It's Toasted!

“Y después a uno le andan diciendo que no tiene paciencia, que se le acabó el sentido del humor, que para qué alega tanto si no fue nada…” Comentarios como estos son los que luego de 2 horas de dejar de fumar, me corroen el alma. Ni siquiera la conciencia, no, es el alma la que se ve afectada por crueles y despreocupados comentarios como los anteriormente citados. ¿Acaso alguien sabe el nivel de ansiedad que puede llegar a experimentar un ser humano por un… uno de esos? Y lo que más me da rabia es eso: que sea por un estúpido trozo de papel enrollante de veneno para ratas, toxinas, cáscaras de papa, uñas, algún ojo de paloma, pasto seco, alquitrán, caucho y una que otra hebra de tabaco rubio perdida entre tanta degeneración. No es primera vez que “dejo de fumar”, pero sí espero que sea la última. Y es que lo más difícil es comenzar a percibir el mundo de otra forma (“De la otra forma” pensaría el orate en su habitación de psiquiátrico. Como si toda su vida la haya vivido según ciertos patrones de comportamiento y recién hoy, después de estar más de 11 años recluido en un loquero por “fumar” –aunque matar, descuartizar, enterrar, desperdigar, cercenar, amarrar, pelar, trozar, anillar, jabonar, destripar, deshuezar y desolar también son validas a la mente del sujeto… En fin, donde iba… Lo de percibir- Más real, con menos puertas de salida de emergencia. Un lugar donde estás acorralado a estar atento, “focused” al 100%. No hay distracciones en tu actuar. No hay pasatiempos en tu diario vivir. Eres tú descalzo, desnudo, blanco bajo tanto sol de invierno que no te deja pensar en las cosas que te gustaría estar haciendo pero no puedes, porque por alguna estúpida razón te prometiste no volver a hacer. Debe sentirse como un asesino en serie. “No, la dura que esta es la última rubia que asesino con el rallador para después hacer… Bueno, tú sabes…”. Seguramente en la mente del psicópata esta escena le evoca una cantidad tal de testosterona o endorfina que no puede evitar volver a cometer el crimen una y otra vez. Por mucho que se niegue a negarlo. Primero a ocultarlo y luego a negarlo. Aunque por cierto, sin ningún convencimiento alguno… Un asesino en serie. Un asesino en serio. Un asesino con serios problemas. Y eso es lo que pasa con el tabaco. Sé lo malo que es, pero no puedo evitar pensar en lo mucho que me gusta. Aunque debo admitir que más que Don Miguel, lo que me ha llevado ha pensar que lo que estoy haciendo no es tan malo, son esas escalofriantes letras dispuestas una al lado de la otra sobre las cajetillas, que sin ningún serif de compasión me dicen “¡Cuidado, estos cigarrillos te están matando!”. Joder. Si es verdad. Pero tampoco nos vamos a poner a revisar todas las cosas que consumimos y nos están matando: sacarinas asesinas, Cocacolas lights cancerígenas hasta el hueso, agua purificada abriéndose camino por tu traquea como una hoz, “cobertura sabor a chocolate”, carne de res, “Ingredientes seleccionados”… El día nos da la bienvenida tiñéndolo todo de amarillo crepúsculo, la actitud de nuestros jefes nos hacen desear un shock tartrazínico, comemos vegetales regados con un manto ácido, y al menos el 10% de los alimentos que ingerimos contienen partes de insectos. En el fondo, vivimos tentando a la muerte constantemente. Nadie sabe para quien trabaja, pero mucho menos qué mierda es la que se está echando a la boca. Ahora bien, pongámonos en el siguiente escenario: El mundo está hecho una porquería, tarde o temprano el calentamiento global derretirá los polos, arrasará con los pingüinos y los niveles del mar taparán continentes enteros. La contaminación seguirá su curso natural, hasta que un día simplemente no podamos ver el sol. Muchos serán los que sufrirían de enfermedades respiratorias, para que hablar de cáncer pulmonar, de esófago y traquea. Los pulmones limpios sucumbirán ante el smog, como quien unta mantequilla en un waffle (si viviéramos en California, entonces seríamos surfers, saldríamos con cheerleaders ninfómanas, estaríamos siempre bronceados y sonrientes y jamás en nuestra puta vida nos preocuparíamos de cosas como estas, simplemente porque nuestra vida sería casi todo lo que hemos deseado), pero ¿qué pasaría con los pulmones más acostumbrados al golpe contaminativo? ¿Acaso los fumadores no tendrían un mayor aguante que los niños, ancianos y jóvenes deportistas que pololean con ingenieras civiles? Les puedo apostar a que sí. Seríamos las cucarachas de la sociedad. Pisotearíamos a todos esos que por haber nacido más arriba, ser más rubios y tener un mejor desodorante, nos miran en menos. Todos ellos van a morir… A excepción de los gerentes gordos y millonarios, que cual ser humano que odiase su vida, fuman más de la cuenta para dejar este mundo que los aturde. Ese mundo que encuentran un aburrimiento total. Incapaces de sentir amor, ya nada les da sentido a sus vidas, porque simplemente nunca tuvieron gusto. La vida nunca es un reto si tu padre es dueño de Meferson’s, y cuando naces tu padre tiene la ridícula idea de llamar a su negocio Meferson’s & Sons… Estando en un país Latinoamericano. A él no le importa tus ideales o quién deseas ser en la vida… Sólo siente una incalculable necesidad de traspasarte su miseria… Su alma vacía y lo que él califica como felicidad: dinero, trabajo y una guapa mujer que jura que en el Balthus ella estará a salvo de los ojos de los buitres… Cazador cazado… Discovery Channel… ¿No la tiene en dos tallas más grande?... Joder, esto de la falta de tabaco de verdad me tiene mal… ¿Y cómo poder explicárselos? ¡SI NINGUNO DE USTEDES ME TIENE UNA GOTA DE PACIENCIA!

sábado, 10 de febrero de 2007

Salud...


Cuando eres niño aún, todo lo malo que pueda pasarte lo tomas como una victoria, o eso nos hacen creen nuestros padres: un rasmillón en la rodilla es una verdadera herida de guerra, a medida que va cicatrizando y puedas hundir tu dedo en ella, se convierte en algo de lo cual estar orgulloso. Eres el líder de tu amigos: quien tiene la costra más grande es quien tiene la mierda más dura. O cuando sufres por los dientes de leche, finalmente entiendes que eso es un regalo, un trueque por dinero o motos a tracción dependiendo del capital del Ratoncito. A medida que creces vas entendiendo que todo lo que te habían hecho creer, no era así. Nadie consigue un puesto de trabajo por tener la costra más grande, y hasta hoy, nadie se ha hecho millonario gracias al Ratón de los Dientes. Vas entiendo como funciona la vida. Pero si hay algo que jamás podrás entender, es un resfriado. El estar resfriado. Porque estar resfriado no es estar enfermo realmente. El estar resfriado no es una excusa válida para una licencia de trabajo, para faltar a un examen o para zafar del servicio militar. No. Estar resfriado es simplemente la picazón que no puedes rascar. ¿Quién en este mundo habrá inventado cosa igual? No estás terminal, pero tampoco estás sano. Tienes que seguir con tu vida, pero siendo incapaz de disfrutarla. La costra te pica, el diente te duele. La costra te la rascas, el diente te lo arregla el dentista. Pero el resfriado qué. Ningún Tapsin o Aspirina tiene el valor de quitártelo del cuerpo así como así. De modo que estás condicionado a bancártelo. A andar con los bolsillos húmedos de papel higiénico usado. A bajarte el perfil, sonándote en una reunión. Y está comprobado: las primeras impresiones con un resfriado de por medio, están confinadas a destruirte: tu primera cita, tu entrevista de trabajo, tus súplicas por que no te echen de Cálculo I. Estar resfriado es un castigo divino tan sutil, que nadie es capaz de darse cuenta de aquello. Pierdes el sabor de las cosas, olvidas el olor de otras, no tienes otra escapatoria que seguir adelante fingiendo tener tus 5 sentidos al día. Borges dijo: “Creo que basta un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso”. Seguramente el pobre jamás sufrió de un resfriado, eso se los aseguro. Nadie, NADIE puede compadecerse de alguien por el simple hecho de estar con los mocos colgando. El estar resfriado es un estado de hibernación constante, una rápida mirada al purgatorio, un vistazo a la decadencia, un paseo por las nubes… En un día nublado. Es como escuchar jazz en un equipo mono o ver una película de Kubrick en la televisión. Y no es que me guste el jazz o las películas de Kubrick particularmente, solo necesito sentirme cool antes de tomarme mi tercer Tapsin. Así que sí: amo a Pat Metheny y Odisea al Espacio, fumo puros y bebo brandy al ritmo de Chat Baker mientras recito de memoria pasajes de Anthony Burgess… Porque a este paso el resfriado me tiene convertido en un energúmeno, ya nadie se acuerda de mis logros, únicamente del instante preciso en que mi labio superior hará contacto con esa masa translúcida que repta por mi nariz… Como quien espera su turno en el patíbulo.

¿Y el principio cuándo?


Nadie dijo que sería fácil. Y eso es lo que me asusta. Primero por partir esto con una frase tan cliché como “nadie dijo que sería fácil” y segundo porque después de todo, es verdad. Tengo 25 años y ya estoy empezando a sentir que tal vez no he alcanzado la felicidad plena. Aunque, ¿cómo saberlo? ¿Cómo describir eso de “felicidad plena”? ¿Acaso es levantarse cada día con una sonrisa de oreja a oreja, saludando al tipo que se sienta al lado en la micro o en el metro? ¿O simplemente es levantarte, ducharte, desayunar y subir a tu auto propio e ir a trabajar a un empleo de escritorio donde nadie se preocupa por el ser que habita en el cubículo u oficia contigua, descontando los días para fin de mes, para ese jugoso cheque de casi 7 dígitos que estás seguro te hace feliz pero que extrañamente luego de depositarlo en tu cuenta corriente del mismo banco del que era cliente tu padre, esa felicidad desparece? El dinero es físico. El dinero depositado y utilizado a través de un trozo de plástico con una barra magnética no es dinero. No representa lo que el dinero es. La tarjeta no tiene olor. La tarjeta siempre se ve igual. No tienes que lavarte las manos después de utilizarla. La tarjeta es una transgresión del dinero. Lo elimina, lo condiciona a parecer y ser algo que no es. Y en la noche, cuando más te sientes solo y piensas en lo que te espera para el próximo día (subirte a tu auto y esconderte tras tu cubículo) te da por soñar en el lugar donde se encuentra tu dinero de verdad. ¿Estará en una bóveda? ¿En una de esas pequeñas cajitas con llave? No. Tú dinero es utilizado por los grandes gerentes de los bancos, como: A) Artículos de limpieza personal (se ha sabido de la confección de rollos de papel higiénico a base de Gabrielas Mistrales, “La cultura también es mierda… Según por donde se le mire” rezaba uno de los gerentes inventores) B) Papel mural o fondo de piscina barnizado (Así, el gerente no sólo piensa en dinero durante su trabajo, sino también al volver a casa: sus paredes lo alimentan con las miradas perdidas de Arturo Prat Chacón y Andrés Bello, a quienes respeta más que a sus propios padres, ellos son su Dios, hace el amor con las paredes mientras su mujer se baña en la piscina con los voyeristas ojos bien abiertos de Manuel Rodríguez y uno que otro Ignacio Carrera. El dinero mata el amor. No puede comprarlo, ¡pero joder, como puede venderlo!) C) En éste último punto hay que reconocer que ayudan a la clase proletaria del país: Las esposas de estos seres (viejas sin alma y rouge de 200 dólares) odian el dinero material, al contrario del resto de los humanos comunes, el dinero real las asfixia. No soportan su olor, su suciedad, su carácter de “papel”. Por ende, cuando se encuentran con dinero real en sus carteras, no lo pensarán dos veces antes de deshacerse de él de los métodos que el chileno ha logrado descifrar y aprender a través de los años para sacarle provecho: Limosneando en la calle, dejando una pecera para las propinas en la barra de algún bar, colectas mentirositas y otras con algo de veracidad, niños enfermos que piden dinero en la calle porque su madre contrajo el Ébola y su hermana de 11 años fue lapidada al tiempo que la corriente del Mapocho la despojaba de sus ropajes… Después nos daríamos cuenta que todo eso fue real, cuando a un fotógrafo chileno lo detuvieron por el asunto de la red de pedofília de Paydos. En fin, el dinero es un juego, es un círculo sagrado, un río en constante movimiento, no puedes frenar su flujo, simplemente porque el flujo existe mucho antes de que tuvieras consciencia, el dinero es un invento fantástico: mantiene a todos los seres vivos alertas: cómo puedo ganar más, cómo puedo robarle al tipo que gana más que yo, cómo puedo quitarle el puesto al tipo que gana más que yo, cómo puedo robarle el dinero al tipo que le va a robar el puesto al tipo que gana muchísimo más que yo, cómo me aprovecho del que tiene más que yo, ¿y, si pongo una pecera de propinas?... Pero la mejor de todas es cuando llegas a un trabajo que te gusta, la gente es agradable, normal, todos beben café y hablan de cosas divertidas, nadie aspira a ser más de lo que es, parece que haz encontrado tu lugar… Hasta que descubres que todo el resto gana más que tu, entonces: ¿Cómo cresta hago para ganar más que ellos? Ahí comienza el verdadero trabajo, y de ahí su nombre, “trabajo”: porque es un verdadero trabajo ir escalando, matando a algunos por el camino, asesinando silenciosamente a otros cuantos, es un trabajo lograr ganar más que tus compañeros… Pero al igual que cualquier otro “trabajo”, nadie dijo que sería fácil.