sábado, 10 de febrero de 2007

Salud...


Cuando eres niño aún, todo lo malo que pueda pasarte lo tomas como una victoria, o eso nos hacen creen nuestros padres: un rasmillón en la rodilla es una verdadera herida de guerra, a medida que va cicatrizando y puedas hundir tu dedo en ella, se convierte en algo de lo cual estar orgulloso. Eres el líder de tu amigos: quien tiene la costra más grande es quien tiene la mierda más dura. O cuando sufres por los dientes de leche, finalmente entiendes que eso es un regalo, un trueque por dinero o motos a tracción dependiendo del capital del Ratoncito. A medida que creces vas entendiendo que todo lo que te habían hecho creer, no era así. Nadie consigue un puesto de trabajo por tener la costra más grande, y hasta hoy, nadie se ha hecho millonario gracias al Ratón de los Dientes. Vas entiendo como funciona la vida. Pero si hay algo que jamás podrás entender, es un resfriado. El estar resfriado. Porque estar resfriado no es estar enfermo realmente. El estar resfriado no es una excusa válida para una licencia de trabajo, para faltar a un examen o para zafar del servicio militar. No. Estar resfriado es simplemente la picazón que no puedes rascar. ¿Quién en este mundo habrá inventado cosa igual? No estás terminal, pero tampoco estás sano. Tienes que seguir con tu vida, pero siendo incapaz de disfrutarla. La costra te pica, el diente te duele. La costra te la rascas, el diente te lo arregla el dentista. Pero el resfriado qué. Ningún Tapsin o Aspirina tiene el valor de quitártelo del cuerpo así como así. De modo que estás condicionado a bancártelo. A andar con los bolsillos húmedos de papel higiénico usado. A bajarte el perfil, sonándote en una reunión. Y está comprobado: las primeras impresiones con un resfriado de por medio, están confinadas a destruirte: tu primera cita, tu entrevista de trabajo, tus súplicas por que no te echen de Cálculo I. Estar resfriado es un castigo divino tan sutil, que nadie es capaz de darse cuenta de aquello. Pierdes el sabor de las cosas, olvidas el olor de otras, no tienes otra escapatoria que seguir adelante fingiendo tener tus 5 sentidos al día. Borges dijo: “Creo que basta un dolor de muelas para negar la existencia de un Dios todopoderoso”. Seguramente el pobre jamás sufrió de un resfriado, eso se los aseguro. Nadie, NADIE puede compadecerse de alguien por el simple hecho de estar con los mocos colgando. El estar resfriado es un estado de hibernación constante, una rápida mirada al purgatorio, un vistazo a la decadencia, un paseo por las nubes… En un día nublado. Es como escuchar jazz en un equipo mono o ver una película de Kubrick en la televisión. Y no es que me guste el jazz o las películas de Kubrick particularmente, solo necesito sentirme cool antes de tomarme mi tercer Tapsin. Así que sí: amo a Pat Metheny y Odisea al Espacio, fumo puros y bebo brandy al ritmo de Chat Baker mientras recito de memoria pasajes de Anthony Burgess… Porque a este paso el resfriado me tiene convertido en un energúmeno, ya nadie se acuerda de mis logros, únicamente del instante preciso en que mi labio superior hará contacto con esa masa translúcida que repta por mi nariz… Como quien espera su turno en el patíbulo.

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